Bajo una lluvia indiferente, un hombre solitario pasea por callejones desiertos, desvaneciéndose entre las sombras y las gotas percutiendo en la etérea oscuridad. Un farol titila, iluminando su rostro macilento. Un susurro, como eco de un lamento primitivo, perfora el silencio: «Te observo». Acelera, a cada paso se esconden miradas ocultas. La lluvia, torrente de lágrimas benevolentes, cae con más intensidad. Al doblar una esquina, un destello desvela otra silueta amenazante, abominable. El susurro se torna diferente, más lúgubre, más gutural,: «No escaparás».
Al alba, la policía descubre dos cuerpos desmembrados despojados de toda señal de vida.