Carlos, un joven repartidor de comida a domicilio, se encontraba una noche llevando una pizza a un cliente que vivía en el octavo piso de un antiguo edificio. Era su último reparto de la noche y la dirección le indicaba que no había ascensor, así que, con resignación, empezó a subir las empinadas escaleras.
Al llegar arriba, llamó al timbre. Nadie contestó, esperó por unos minutos y se volvió escaleras abajo. Cuando estaba a la altura del telefonillo, escuchó una voz infantil, distante y metálica, al otro lado del intercomunicador, : <Sube, estoy esperando>. Cabizbajo, Carlos volvió a subir otra vez pero al llegar, de nuevo, nadie abrió la puerta. Desconcertado, llamó insistentemente, esperó y maldijo.
Bajó, sintiéndose frustrado víctima de una de tantas bromas pesadas con los repartidores. Al llegar a la entrada, el telefonillo sonó nuevamente. La misma voz que le dijo rogando: <No te vayas, estoy aquí. Quiero mi pizza>.
<No tiene gracia la broma, no pienso subir>
<Oye, no te vayas. Tenemos hambre, mi papá dice que te pagará el doble>. Dijo el niño sollozando.
Carlos, confundido y malhumorado, subió por tercera vez. <es la última vez> se decía a sí mismo. Al llegar, llamó a la puerta y esperó, una voz profunda y enojada salió de detrás de la puerta: <¡Deja de molestar, Juanito! ¡Ya es suficiente!>
Carlos, atónito, se dio cuenta de que estaba siendo víctima de una broma pesada de un niño pequeño. Pero, antes de poder decir algo, empezó a caminar hacia atrás, chocando de espaldas contra la pared, quería huir pero las piernas apenas le respondían, estaba pálido y con las palmas tan pegadas atrás que parecía sujetar los muros, estaba temblando de miedo, un señor mayor apareció atravesando la puerta, delante de él, con voz suave y calmada le dijo: <Perdona a mi hijo, falleció hace un año y a veces le gusta jugar este tipo de bromas. Gracias por tu paciencia. Por cierto, ¿dónde está mi pizza?>.
Sorpresivo