La Isla de Nueva Elysia apenas aparece en los mapas ni guías para turistas, es un pequeño paraíso del Pacífico de arena blanca y aguas cristalinas. Sus palmeras y cocoteros se mecen dócilmente a merced de la brisa. El canto de garzas, pelícanos y demás aves exóticas crea una sinfonía natural que acompaña el sonido de las olas rompiendo en las suaves orillas. El sol baña todo con una luz pura, con reflejos transitando del azul intenso hacia un ocre pálido tostado, haciendo que cada amanecer y atardecer sean un lienzo colorido único.
Más allá de sus playas, la isla está cubierta de una espesa selva, árboles altos y frondosos; oculta senderos vírgenes que guían a los atrevidos aventureros hacia rincones y cascadas secretas o bien hacia alguna de sus piscinas naturales de agua dulce.
Los habitantes de la isla viven en cabañas hechas de madera y hojas de palma, llevando una vida tranquila. Pescadores, artesanos y tenderos forman parte de la comunidad junto a unas decenas de turistas que visitan periódicamente el lugar, y tras unos días de estancia, muy pocos desean partir de regreso. Los lugareños son amigables, pero hay cierta reserva en sus miradas hacia los extraños, especialmente cuando, por con curiosidad o morbo, les inquieren sobre las enigmáticas historias y leyendas que envuelven a la isla.
Entre esas leyendas, pocos se atreven a contar la que rodea a una de las nativas originaria de la propia isla, y esta de aquí es una de tantas de sus historias.
Muchos años atrás, a la Isla de Nueva Elysia llegó Ryker desde el continente. Era un hombre de negocios, ambicioso, conocido en su país por crear una exitosa empresa tecnológica desde cero. Le gustaba conducir hasta el puerto de su ciudad, se detenía al final del muelle y contemplaba el amanecer desde el capó de alguno de sus caros coches. Siempre había soñado con comprar una isla privada desde donde alejarse del bullicio como un lugar de retiro y poder dirigir desde allí su imperio. Había trabajado muy duro toda su vida con la esperanza de que algún día, este sueño de niño, se convirtiera en realidad.
Pero el éxito y esfuerzo lo habían dejado exhausto. Sus ojos, antes llenos de ambición, ahora reflejaban una profunda fatiga. Ansioso por escapar del estrés, anhelaba un respiro y descanso. Unas vacaciones, en una isla como Elysia, le parecía el sueño perfecto.
Desde el primer momento que bajó del avión quedó maravillado por su belleza. Se sintió como si hubiera entrado en otro mundo, un edén que contrastaba radicalmente con el bullicio y el asfalto que había dejado atrás. En la Isla no había prisas, no había reuniones o calendarios que cumplir; tampoco tenía que litigar con empresarios de traje gris. Aquí, su máxima preocupación era que el cantinero le entendiera y le sirviera la siguiente copa.
Y fue una tarde cualquiera, mientras tomaba una cerveza fría en un chiringuito cerca de la playa, cuando vio por primera vez a la mujer. Era alta y esbelta, de ojos verdes penetrantes que parecían poder leer su alma.
Vestía una falda larga blanca que ondeaba con cada paso, como si bailara en armonía con el viento, mientras sus pies desnudos y cabello negro completaban una visión grácil, etérea pero sublime. Se quedó hipnotizado por unos segundos mirando como se alejaba caminando entre la multitud. La mujer, que más tarde sabría su nombre, lo observó fijamente, él apartó la mirada pero, cuando levantó la vista, ella ya no estaba allí.
Ryker parpadeó desorientado y asombrado, preguntándose si aquella mujer había sido algo real o solo una alucinación bajo los efectos del alcohol y el sol abrasador de aquel lugar. Miró a su alrededor, suspiró, terminó su cerveza de un trago y pidió otra copa al tabernero.
Las noches pasaban, su cuerpo se había acostumbrado al ritmo lento de la isla, pero su mente seguía atrapada en el frenesí de la ciudad. Los días se arrastraban, interminables y sin sentido, a veces no sabía en que día de la semana estaba, como si todo fuera un espejismo prolongado en el tiempo. En medio de esta monotonía, se sentía sumergido en una rutina de momentos que parecían conectados entre sí, dejándole el sabor de una experiencia placentera pero un tanto engañosa e irreal.
En una ocasión, decidió adentrarse en el bullicioso mercado del pueblo. El sol del mediodía brillaba intensamente sobre los techos de paja que cubrían los puestos alineados uno a uno a lo largo de la calle polvorienta. Cada puesto estaba decorado con innumerables colores, piñas y mangos maduros abiertos que brillaban como el oro resplandeciente, el rojo intenso de las fresas y otros frutos recién recolectados envueltos en hojas de plátano para deleite de niños y turistas, invitándoles a ser saboreados allí mismo.
Ryker exploraba curioso entre los puestos, viendo como los lugareños, ataviados con ropas corrientes y sombreros tejidos a mano, charlaban animadamente, mezclando risas y bromas en cada intercambio junto al regateo acostumbrado; se sentía como el espectador de una peculiar obra de teatro, con voces y gestos intentando atraer la atención de propios y extraños.
Se encontraba charlando y negociando el precio de un ramillete de dátiles con un tendero cuando la vio de nuevo. Estaba de pie, en medio de la multitud, tras un puesto, rozando con su mano una de las telas, su tez blanca caminando contrastaba con los colores vivos de vestidos y sedas. Pagó generosamente por sus dátiles y se abrió paso sin pensarlo entre la gente, decidido a alcanzarla e intentar hablar con ella. La mujer le miró y sonrió mientras se acercaba pero, al llegar al lugar, solo encontró el murmullo de la gente, había desaparecido, dejándolo con una sensación de perplejidad y fracaso.
A medida que los días pasaban, los encuentros y visiones de ella se hicieron cada vez más frecuentes, pero nunca consiguió alcanzarla. Aparecía de la nada, entre la multitud y se desvanecía ante sus ojos de la misma manera, como si hubiera sido tragada por la tierra. Sus intentos por seguir sus pasos eran en vano. La frustración crecía en él, mezclada con una fascinación obsesiva que lo impulsaba a salir a su encuentro.
Una tarde, incapaz de encontrar tranquilidad en el bar, Ryker decidió coger una botella de ron y dar un paseo por la playa. La luna llena iluminaba la arena con un brillo plateado, y las olas acariciaban rítmicamente la delicada orilla. Caminaba sin rumbo fijo, sus pensamientos girando en torno a la misteriosa mujer que seguía grabada en su mente. A lo lejos, divisó una figura robusta cerca de un pequeño bote de pesca. Había un hombre remendando una red, acompañado por un imponente pastor alemán, que se mantenía a su lado, vigilante, con los ojos atentos y las orejas erguidas a medida que se acercaba hacia ellos el nuevo desconocido.
Se aproximó con cautela, intentando no molestar, pero lo suficientemente confiado y curioso como para sentarse sobre la arena a un par de metros con su botella y contemplar desde ahí el mar.
El hombre levantó la vista para examinar al intruso y pudo ver su rostro curtido por el sol y el viento del mar. Su expresión era severa, y sus ojos parecían haber vivido mucho más de lo que su ajada piel dejaba entrever.
—Buenas noches —dijo Ryker, tratando de sonar amigable y casual mientras extendía su mano ofreciendo un trago al extraño.
—Buenas noches —respondió con voz grave y áspera, acariciando la cabeza de su perro y rechazando el ofrecimiento del extraño—. Soy Kairón, y este de aquí es Cer.
—Hermoso lugar, ¿verdad? —comentó Ryker.
El anciano asintió lentamente, mirando hacia el horizonte.
Por un rato hubo silencio, como si ninguno de los tres estuviera allí. Ryker no dejaba de mirar al perro, que lo observaba fijamente.
—Este sitio tiene algo especial. Algo que muchos de ustedes, que solo están de paso, no entienden —dijo Kairón tajantemente.
El joven sintió la incomodidad de las palabras del pescador y por un rato no se atrevió a decir nada más. El tiempo pasaba lentamente mientras su botella menguaba, pero no estaba en condiciones de volver a la habitación. Tras una pausa, comenzó a hablar, como si alguien estuviera esperando impacientemente escuchar alguna historia sobre su estancia en la isla.
—Llevo aquí días —dijo finalmente—. He visto cosas… cosas extrañas. No es solo la belleza de este lugar, hay algo más, algo que siento pero no puedo explicar. Siento diferente cómo brilla el cielo, cómo fluye el tiempo… A veces, cuando camino por la isla, parece como si las cosas no estuvieran en el mismo lugar que el día anterior (el animal frente a él prestaba más atención a las palabras, como si pudiera ver algo más allá, que el desinteresado de su dueño). Y sobre todo no me quito de la cabeza a esa… pero no me haga caso, amigo, quizás sea este maldito ron.-
—La isla sabe lo que cada uno necesita… — replicó Karión con crudeza pero, esta vez de forma piadosa. — …y te mostrará lo que buscas en su debido momento, —continuó, a la vez que lanzaba a lo lejos una rama para que su perro fuera a por ella— aunque no siempre de la manera que esperas. Todos queremos algo, aunque no siempre lo sabemos. ¿Qué busca un hombre de la gran ciudad en una isla como esta?
—¿En este lugar?, a una mujer, para ser exactos. —replicó Ryker mirando el mar—una mujer alta, con una falda blanca y ojos verdes. Aparece y desaparece. No sé si estoy perdiendo la cabeza. Algún día volveré a la ciudad y me gustaría, antes de marcharme, conocerla. Tengo una sensación de intranquilidad, como que si no lo hago, no podré dejar este lugar en paz.
Kairón dejó de trabajar por un momento y, con una media sonrisa, miró a Ryker con clemencia:
—Ariadna… —murmuró—… los habitantes de la isla la llaman así. Algunos dicen que es una bruja, otros que es la reencarnación de un espíritu antiguo de la isla… otros, una loca corriente como otra cualquiera. Pero a pesar de su belleza intentan evitarla o simplemente no hablan de ella.
—¿Y tú qué opinas? —preguntó Ryker.
Kairón soltó una carcajada y su mirada se volvió más sombría.
—Solo puedo decirte que no es una simple habitante más. En esta isla, nada ni nadie es lo que parece, vive sola en aquel islote más allá de los arrecifes, oculto tras la bruma. Pero te advierto que ese lugar no es para cualquiera —respondió con firmeza, señalando con su mano a lo lejos. Cer, a su lado, gruñó levemente, como si apoyara las palabras de su amo.
Ryker frunció el ceño, molesto por la respuesta brusca.
—¿Por qué no? —insistió—. Solo quiero hablar con ella.
—No puedes hablar con ella. Lo harás cuando ella quiera hablar contigo. Esas son sus reglas.
—¿Cómo puedo llegar al islote? ¿Me acercarías en barca? Te pagaré lo que pidas ampliamente.
—No puedes ir al islote sin su consentimiento. Muchos otros como tú lo han intentado en el pasado. Si realmente deseas ir, ella vendrá a buscarte… cuando estés preparado; yo estaré aquí esperando para llevarte.
Y se quedaron de nuevo en un largo silencio mientras intentaba sopesar las palabras del anciano. La conversación y la botella se desvanecían en el aire salino, el cielo comenzaba a teñirse de los primeros tonos del amanecer. Sin más que decir, Ryker se quedó dormido en la arena.
Cuando despertó, pensó que todo había sido un mal sueño producto su borrachera, no había ningún rastro del pescador, perro o barca, como si nunca hubieran estado allí, solo él y una botella vacía.
Desde aquel encuentro, Ryker dejó de tener visiones de Ariadna. Por un lado, esto le produjo alivio, pero por otro, se sentía perdido y vacío y comenzó a pasar más tiempo en el bar del hotel, buscando en el alcohol un escape de la creciente sensación de soledad que lo consumía.
Cada noche se sentaba en el mismo taburete, observando cómo el camarero llenaba su vaso una y otra vez buscando en cada copa una señal en su vida. A menudo miraba fijamente a la distancia, esperando en vano ver el destello de una falda blanca ondeando con el viento, o unos ojos esmeralda mirándole. Pero no apareció. La rutina del bar, las risas de los turistas y las charlas animadas de los lugareños resonaban a su alrededor, la compañía de esos extraños no podían llenar el hueco que ella había dejado.
Una noche se despertó en medio de la madrugada, bañado en sudor frío, con la sensación de que le faltaba el aire. Como si su espíritu se hubiera agotado, se sentía como en una prisión producto de su imaginación o un delirio causado por el exceso de alcohol, se levantó de la cama y fue al baño a vomitar, miró su rostro en el espejo y fue entonces cuando decidió que había llegado su último día en aquel lugar.
Miró por la ventanilla hacia el mar, con nostalgia, sin prestar atención a la verborrea del taxista, y allí, sin esperarlo, la vio de nuevo, se encontraba de pie en la distancia. Dudó por un instante, pero la necesidad de conocerla fue más fuerte. Sin pensarlo dos veces, se bajó del coche y comenzó a seguirla. Quizás esta vez no se le escaparía.
Se alejaron poco a poco de las casas y el bullicio, mientras Ariadna lo conducía a través de la playa, miraba hacia atrás como si supiera que él estaba cerca, reía y lo animaba a seguirla con una ligera mueca de su cara.
Después de un largo paseo, alcanzaron un rincón apartado de la playa, rodeado por altos acantilados y vegetación frondosa. Ariadna se detuvo y se volvió hacia él
—Ya hemos llegado Ryker, he oído que me buscabas y querías hablar conmigo.—
Sintió un escalofrío recorrer su espalda al escuchar su nombre. —¿Cómo sabes cómo me lla…?… Sí, ahora entiendo —recordando al mismo tiempo al viejo pescador.
— He estado buscándote, así es. No sé quién eres, estás constantemente en mi mente, como si ya te conociera, pero presiento que debo hablar contigo antes de marcharme. Como si algo en mí dependiera de ello. ¿Por qué me has traído hasta aquí?—
Ariadna habló lentamente, clavando sus ojos sobre los de Ryker con una voz que parecía surgir del mismo mar. La profundidad y la tristeza en sus ojos, ahora más cerca, revelaban algo que él no había notado antes. —A veces, las respuestas no están en lo que buscamos, sino en lo que descubrimos cuando dejamos de buscar. Esta isla tiene secretos pero no todos los secretos están destinados a ser revelados. Tu alma tiene preguntas que necesitan respuestas y yo puedo dártelas —
Intrigado y ansioso por comprender, Ryker dio un paso más cerca.
—Entonces, ¿qué quieres decir? ¿qué es todo esto… un juego? —preguntó.
Ariadna sonrió tristemente y extendió una mano hacia el mar como invitándolo a mirar hacia el horizonte, más allá del islote cubierto por la bruma.
—Ryker, hay algo que debes saber y pudiendo hablar conmigo significa que has empezado a comprender la verdad aunque por ahora no la alcances a ver —respondió con voz suave pero firme—.
—¿Qué estás diciendo? —murmuró reflejándose el miedo en sus ojos —. No entiendo.
Ariadna hizo un gesto con sus brazos, la vegetación que había alrededor empezó a desaparecer y de entre la maleza empezó a despejarse una lápida de piedra.
—¿Una lápida? ¿A quién pertenece? ¿es tuya?…Acaso quieres que crea que eres un espíritu de la Isla, como dijo el pescador?—
—Esta tumba no me pertenece a mí, Ryker —dijo Ariadna con frialdad.
Ryker retrocedió, sacudiendo la cabeza con incredulidad.
—No… eso no puede ser… Estoy aquí, hablando contigo. Espíritus, fantasmas, esto no tiene ningún sentido.
—Los fantasmas no existen, Ryker, al menos de la manera que piensas que existen—
Se acercó y le tomó las manos, evitando que se diera la vuelta y marchara, y lo miró fijamente a los ojos.
—Recuerda, Ryker… Recuerda, cuando, por tu ceguera y ambición, casi haces quebrar tu empresa, y tras aquel momento, el resto de directivos e inversores te relegaron y arrebataron tu sueño; cuando bebiste demasiado intentando olvidar y condujiste ebrio tu deportivo a altas horas de la noche y llegaste al muelle, furioso, aferrandote fuertemente al volante, te creías inmortal, aceleraste más y más y entraste al mar sin darte cuenta del peligro. Sentiste cómo el agua llenaba tus pulmones, la desesperación al saber que no querías luchar más, el agua lo cubrió todo rápidamente y aliviado, dejaste de respirar… Después vino la oscuridad y te rodeó el vacío.
Las palabras de Ariadna desencadenaron una serie de recuerdos y Ryker empezó a tener destellos de memoria que lo obligaron a llevarse las manos a la cabeza. Eran imágenes vagas y confusas, recuerdos que surgían en su mente como si estuviera reviviendo momentos pasados mientras la voz de ella penetraba en su cabeza. En una de esas imágenes, se vio a sí mismo en la barra del bar rodeado de vasos vacíos, en otras se vio con una botella de alcohol vacía arrojándola con furia sobre el mar. Se vio a sí mismo tambaleándose, gritando y golpeando con la ira de sus puños al agua. Comenzó a sentir el frío contra su piel caliente y el sabor salado del mar en sus labios.
— Falleciste tiempo atrás en tu ciudad, sin embargo, en el fondo, ya sabías que llevabas mucho tiempo herido, atrapado en una existencia sin vida absorbido por tu trabajo. Creé Elysia para que almas como la tuya encuentren la armonía y puedan reconciliarse con su pasado.
—¡No! —gritó , apartando las manos de Ariadna—. ¡No puede ser cierto!
—Es difícil de comprender, lo sé —dijo con compasión—. Pero debes entender que tu alma está atrapada aquí porque no has aceptado tu destino. Libera lo que te atormenta, acepta lo que eres y encontrarás la paz que buscas.
Ryker cayó de rodillas frente a la tumba, sus lágrimas recorrían su rostro.
—Esto no puede estar pasando. Tenía planes, una vida… no puedo estar muerto. ¡Qué locura es esta!
Se arrodilló a su lado y lo abrazó. Ryker sollozó, sacudido por el dolor y la negación. Pero lentamente, las palabras de ella comenzaron a penetrar más en él. Recordó las advertencias de Kairón sobre la isla y la verdad de su situación se fue abriendo paso en su mente.
Ryker miró a Ariadna con los ojos llenos de confusión e incertidumbre.
—¿Qué pasará ahora? ¿Quién eres en realidad? —preguntó Ryker con voz quebrada—. ¿Qué debo hacer?
Mientras pronunciaba estas palabras, la apariencia de Ariadna comenzó a desvanecerse lentamente. Donde antes se alzaba su figura juvenil y de cabello oscuro, ahora emergía la de una anciana con cabello plateado y un rostro surcado por las arrugas del tiempo. La anciana lo miró con ternura y solemnidad.
—Para ti siempre seré Ariadna —comenzó, con una voz que llevaba la gravedad de lo antiguo—, pero puedes verme como una guía entre dos umbrales, soy un puente entre lo que has conocido y la muerte. Este es el lugar donde habito y te ofrezco una oportunidad, para ayudarte a transitar ese espacio intermedio y dejes atrás las sombras que te atan. Debes conectar con tu pasado y aprender a dejarlo ir —continuó con más suavidad — Reflexiona aquí junto a mí sobre tu vida, en esta isla, una ilusión que creé como un espejo de tus sueños, de tu propio corazón, un lugar creado para ayudarte en tu búsqueda y transición, para ofrecer a tu espíritu un espacio en el que pueda respirar y luchar.
Ryker cerró los ojos y los recuerdos inundaron su mente. Vio las calles de su ciudad, los momentos perdidos con seres queridos, la soledad que sentía a pesar de su éxito. Sintió el peso de su vida, de las decisiones que había tomado y las que nunca llegó a tomar.
Largas horas pasaron, aunque para Ryker pareció un instante. Cuando abrió los ojos, Ariadna estaba a su lado, observándolo con una sonrisa tranquila y vió que ahora tenía una oportunidad para redimirse.
—Has comenzado a comprender —dijo ella— pero aún hay más. Deja que la isla te llame, yo seré tu guía, no estarás solo. Deja que las olas y el viento te hablen y escucha mi voz…sigue mi voz.
Le ofreció su mano nuevamente y Ryker, sintiéndose más ligero, la tomó. Ariadna lo llevó a otro rincón, a un lugar donde las estrellas aparecía y desaparecían inundando el cielo nocturno y se quedaron allí mismo sin necesidad de hablar.
Ariadna sonrió, una luz cálida brillando en sus ojos.
—¿Estas listo? —preguntó finalmente—
Ryker asintió con la cabeza—Entonces…ha llegado el momento. ¿Me acompañarás? —preguntó con su voz temblando ligeramente.
—No, pero tranquilo, no estarás solo —respondió—.
Ariadna condujo a Ryker de regreso a la playa, donde las olas brillaban bajo la luz de la luna. Allí, junto a la orilla, vieron una barca pequeña esperando y al lado estaban Kairón con su figura fuerte e imponente, y su perro Cer.
—Esta barca te llevará al otro lado —explicó Ariadna—. Es el último viaje que debes hacer, pero no temas el final.
Ryker se volvió hacia Ariadna pero ya no estaba allí.
Kairón se acercó y le puso una mano en el hombro. Su mirada, aunque severa, tenía un toque de compasión.
—Has llegado al final de tu viaje, amigo —dijo —. Es hora de pagar el peaje y descansar.
Ryker asintió, y se dispuso a subir a la barca comprendiendo su destino. Cer se sentó a los pies, vigilando como siempre en silencio.
Kairón empujó la barca hacia el agua y tomó los remos y se alejaron de la orilla rumbo hacia el horizonte.
La travesía fue tranquila, las aguas calmadas, finalmente, la bruma del islote se disipaba poco a poco a su paso y una rayo cálido y brillante apareció en la lejanía.
Cuando la barca tocó tierra, Ryker se levantó y dio sus primeros pasos, miró hacia atrás una última vez, viendo la silueta del barquero y la Isla desvaneciéndose en la distancia. Avanzó y su sombra desapareció arropada por la luz.
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Pocos ahora creen en estas historias, pero para quienes ven más allá de las maravillas de Nueva Elysia, es un recordatorio de los enigmas que trascienden más allá de lo que podemos entender.
En la isla de Nueva Elysia la vida continúa con su tranquila rutina. En las noches de luna llena, cuando las olas bailan con el viento, las gentes de la Isla se reúnen con los visitantes alrededor de las hogueras para entretenerles y asustarles con viejas leyendas a cambio de algunas monedas, como la historia Ariadna y la de un hombre rico de negocios que vino de una gran ciudad de asfalto y encontró su destino en el interior del mar.
Fin.
Me gusta, me sorprende es irreal y a la vez muy real el tema complicado
Eres bueno muy bueno, creetelo. Sigue con tus relatos, a mi me enganchan, cada vez que empiezo uno no puedo parar, la intriga, el suspense, me encantan, solo deseo que más gente te encuentre y lea, porque tiene mucho valor lo que escribes…ojalá y sacaras un libro…
Muy bueno. Me ha encantado. Continúa por ese sendero.
Gracias Fdo, se intenta 🙂
Está chula,el principio se me hizo un poco largo ,pero luego bien.😉
Gracias, muack