Ambiciono un gesto tuyo,
un simple parpadeo,
algo que pudiera dar sentido
a la trampa que me tiendo a mí mismo.
Me quedo mirando,
sin saber bien cómo,
qué fue lo que me arrancaron,
o cuántas veces te perdí.
Soy alguien que no sabe conformarse,
torpe en el juego de amarte,
no conozco bien las reglas ni atajos,
apuesto como si el amor fuera
un juego limpio.
Pero la partida ya estaba perdida,
no era cuestión de azar,
y tú lo sabías,
jugabas con ventaja,
con las cartas marcadas,
y yo, ingenuo, lo presentía.
Aquí sigo en la mesa,
arriesgando lo poco que aún me queda,
por el simple hecho de no desaparecer,
y seguir pugnando en el tablero.