Fuimos amantes,
insolentes,
amándonos clandestinamente,
usurpando la noche,
robando horas al insomnio,
apostando el alma,
hasta dejarla exhausta.
Mi boca pedía tregua
tus besos,
la insurgencia.
Sé que no hay absolución,
el alba irrumpirá
con sus lanzas llameantes
para cortarnos en dos mitades.
Seré condenado
por los secretos de tus ojos,
por cada caricia contenida.
El silencio fingirá decir
que fue inevitable;
la verdad,
fui cómplice de tus manos desnudas.
Quedé encerrado
entre sombras y carne,
y no quedó rastro de quién fui,
salvo un latido errante,
exánime,
eterno,
libre.
Desde aquella noche,
no hubo amanecer sin ti.