Te vi un instante,
como un sueño desnudo, inesperado,
y tropecé con esa incógnita abrasadora
con la que el mundo mira a la luna.
Esa colisión inconclusa me bastó.
Me dejé desorientar
por la urgencia de tus labios
y quedé esperando el leve giro de tu cabeza,
a que el sol dejara de custodiar
la cadencia de tus pasos,
para atreverme a averiguar tu nombre.
Te alejaste desbordada de calma,
doblando sin dudar la esquina del universo.
No hablamos,
¿cómo iba a hacerlo?
Era un día cualquiera en el azar,
donde todo se alinea sin palabras.
Fue fugaz, lo sé,
pero en esa brevedad
mi corazón halló la fisura perfecta
que siempre esperó
para escaparse tras de ti.