Es Navidad,
y las ciudades vomitan luz como si el cielo
se hubiera cansado de sostener estrellas
y las hubiera arrojado al asfalto.
Caminas por las calles
masticando adornos huecos,
el frío se enrosca en las vértebras,
es el invierno,
o la indiferencia,
que cala hasta donde ni el fuego llega.
Es Navidad,
que se desliza bajo la puerta
y escapa como un ladrón,
pero aún queda en el aire un deseo insurrecto,
un vestigio de paz
que coquetea con la eternidad,
aunque sepa que solo le quedan unas horas.
La Navidad no estalla de golpe,
es un mosaico roto de días comunes,
disfrazados de alegría.
El árbol se enciende
con pedazos de soledad
para náufragos que buscan tierra.
El vacío, aunque sea por un instante,
se hace menos inmenso.
Esta Navidad prometemos que no será igual,
insistimos en recordar
el sabor de algo que perdimos
o quizás nunca llegó;
o tal vez simplemente lo dejamos morir,
solo para verlo renacer en la próxima…
y así proseguiremos girando,
con la memoria gastada entre las manos,
como en todas las demás.