Mi vida, por momentos,
parece hecha a la medida
de una tarde al café.
Miro un cielo gris,
nublado, triste,
como si alguien hubiera
vertido la melancolía
en una pequeña charca.
La tarde bosteza,
sin palabras,
atrapada en la cerámica,
y el tiempo avanza sin ganas,
a sorbos cortos,
como por cortesía.
Y yo,
me descubro, otra vez,
animando la soledad
con las manos vacías,
sin apuros,
en esta tarde triste,
hasta que me doy cuenta
de que, al igual que la cuchara,
me paso la vida girando,
buscando la forma de irme,
pero nunca encuentro la puerta.