El aire me rasga con su mano de vidrio
y yo sigo andando,
con la sombra cóncava del olivo,
y el filo de la luna,
tallando mi costado.
Tierra reseca,
bendice a mi viejo arado,
tu sudor es mi savia,
dibujando cicatrices
en mi lomo ahuecado.
Tu raíz se hunde,
se clava,
tu raíz no olvida,
ni el trueno la arranca,
ni el viento la enfría.
Mi corazón es yunque
golpeado por la fragua,
donde la esperanza duerme,
el fuego no se apaga.
La flor que no pide perdón
por abrir su pecho al invierno
tiene sangre de nieve.
tiene ramas de hierro.
Llegará el día
que el grano enterrado las entrañas,
romperá la herida,
quebrantará la piedra.
Cada paso que doy,
cada jornada que se pierde,
la muerte es mi compañero obstinado,
hasta que la tierra me quiebre.