Hay una silla de cedro en el patio
anclada en los días y de piel astillada,
un esqueleto de madera desnudo,
allí donde ayer tu cuerpo descansaba.
Ahora solo alberga polvo
y las hojas secas que el otoño derrama,
un rostro que poco a poco se quiebra
en la letanía de cada día que pasa.
La miro desde la ventana,
como cuando espiaba tu desnuda espalda,
el sol no se rinde y baja a abrazarla
como si no supiera que te fuiste,
como si mis manos no temblaran al tocarla.
A veces se me escapa un suspiro,
soñando que tu sombra se desviste y avanza,
que te escucho respirar tras estas paredes blancas,
que tus latidos aún resuenan en la penumbra de la casa.
Yo me quedo mirándola en la distancia,
quizás solo sea el viento
esas voces que no entiendo,
o tan solo sea el silencio que se cierne y no se marcha,
quizás, el crujir inerte de la madera gimiendo
que paraliza mi garganta, tras el cristal que nos separa.
La noche cae y la luna se siente
como un ojo ciego acechando de tu imagen ausente,
espina de plata clavándose en las entrañas,
por la espalda recorre tu gélida huella que me muerde.
El tiempo inclina su balanza y nos reclama,
tal vez sea hora de entregarte al fuego,
arrojar a las llamas el velo del anhelo
que en el patio solo queden sombras y humo
de este espectro varado y sin consuelo.
El dolor que habita en mi carne
se desata a esta hora como un eco mudo en el aire.
Las cenizas procesionan en luto
alrededor de mi pecho,
paciente penitente en duelo que persiste ardiendo,
prisionero del peso amargo de tu frío recuerdo.
He podido ver muy bien esa silla, su historia y lo que conlleva, con los ojos de mi imaginación, que no tienen miopía ni presbicia.
Me encanta lo de los “senderos del dislate”, encuentro un paralelismo con mi slogan de “con rimas y a lo loco”. Aunque no he venido a hablar de mí (al contrario de Umbral).
Celebro haberme encontrado con tu blog.
Saludos cordiales.