He sido muchas cosas,
pero nunca marinero.
Sin embargo,
cada tarde,
sin gaviotas buscándome con tus alas,
tierra adentro,
te albergas en la lengua.
Mar,
ya no te acuerdas de mí,
nos separamos hace tiempo.
Yo iba a verte cada día,
sin decir nada,
me sentaba cerca,
a la justa amargura que necesitaba;
otras veces, en la lejanía,
te lloraba desde mi vientre seco.
Eras joven,
con el pecho lleno de viento.
Mi corazón, un remo ciego
golpeando las olas del tiempo.
Me mirabas de espaldas,
y te marchabas de nuevo.
Echo de menos
esa forma de acariciar tan ancha tuya,
sin tus manos,
sin mi cuerpo.
Fui creciendo,
y tú, mar,
me hablas con el aliento del recuerdo.
Yo tan solo quiero abrir los ojos.
No hay azul.
Ya no eres silencio.
Solo un espejo inmenso,
saciado de mis mareas,
donde mi salitre reposa
encerrado en los labios de un sueño.
No te voy a decir otra vez lo del racimo de metáforas, pero sí que son imágenes evocadoras.
Un saludo.