Después de tanto
tiempo esperándonos
sin saberlo,
seguíamos fingiendo
que no era el momento.
Porque dolía acercarse,
porque era pronto,
porque era tarde.
Ese temblor en los labios
cuando me sonríes,
cuando te sonrío,
y ese alzarse en voz
que nunca llegó.
Nos mentimos:
“Quizá aún…”
Aún no.
Pero no nos fuimos.
Porque estar callados
era nuestra forma
de no decirnos adiós.
Y, sin embargo,
como extraños,
menospreciamos el espacio infinito
entre dos cuerpos
y unos labios,
donde había sueños
que aún orbitaban vivos.
Hasta que un día,
nos miramos
sin huir.
Y por fin,
nos besamos.
Un beso que no olvidamos,
un beso que tardó
veinte años en llegar.
Porque al final
ya no teníamos miedo
de que fuera verdad.
Ahora lo sabes.
Ahora lo sé.
Ayer elegimos
que también nos daríamos cita
en la tregua del después.