En el parque miraba como otros niños
lanzaban cometas entre remolinos,
saltos y risas de aquí para allá
viendo sus cometas a volar.
A cada intento, se sucedían caídas y sonrisas
al compás de la sumisa brisa
rivalizando por ver quién la elevaba más.
Yo, sin embargo,
volvía a casa cabizbajo de aquel solar.
Mi deseo era tener un trozo tela,
que abrazara libre la noche
con luz de su estela,
y se sentara a descansar junto a las estrellas.
Hoy el parque estaba solitario,
en el suelo encontré un tesoro olvidado,
una cometa abandonada
rota y desentablillada.
Vendé los quebrados listones,
y la pinté de vivos colores
que siempre había imaginado.
Con mimo y cuidado
cerré los ojos, pedí un deseo.
Esperé un gesto amable del viento,
y la orgullosa criatura, alzó su vuelo.
Por horas jugué,
mirando como correteaba,
bailando presumida.
Y para mí, se detuvo el tiempo.
Solté los hilos,
la cometa me sonrió,
se dirigió directa hacia el cielo.
Ahora, cada vez que vuelvo
al viejo parque, recuerdo lo feliz,
que por un instante, me hizo sentir.
La echo de menos, y siento su ausencia,
como si mis sueños aún volaran con ella.
Frágiles filamentos unieron mi alma al viento.