Al cerrar los ojos,
tu imagen irrumpió
como un extraño deseo
que se precipitó a la colisión entre dos cuerpos.
Tus manos eran como vértices de un fuego
que no piden perdón
para consumir todo lo que toca,
y yo, desnudo y vestido de miedo
dejé caer a tus pies mi albedrío
como quien entrega su última moneda
ante el verdugo de su condena.
Las raíces de un incendio latía
en un altar de llamas
pero nuestros labios ya eran ceniza,
ceniza que se diseminaba
por las voces de un mundo que nos olvidaba.
Al abrir los ojos,
tu ausencia se volvió espejo,
y en él, los fragmentos reflejados
de un amor en ruinas,
donde cada día contemplo mi cuerpo
veo cómo me consumo
y me voy desvaneciendo.