Contemplo mi reloj
colgado del muro
como un ahorcado arrepentido
reptando por un cielo arañado,
cansado de existir.
Y creo que piensa
que yo soy su verdugo
por la forma en que me mira
en cada vuelta
y me señala con los dedos,
¿Acaso no somos iguales,
dos condeandos a vivir?
Es tan fácil culpar al tiempo,
y hacerlo nuestro enemigo.
¿Lo detendrías,
si su muerte no fuera tambíen la mía?
Quizás en su eterna condena
haya algo de piedad,
justicia y una salida.
O quizás, la vida
consiste en seguir girando.