A veces, asumimos que nuestra angustia
es singular, un dolor exclusivo,
una incógnita que solo nosotros escuchamos,
sobre un abismo envuelto en el silencio,
de esos de vivir compungido,
de creer que nadie comprende,
que no es terrenal,
creemos poder acompañar a la soledad,
de sentir que no sentimos nada.
Mas, al abrir los ojos, contemplo
a aquellos que yace en la tierra,
que duermen sobre la árida miseria,
que apenas poseen,
hambrientos,
despojados,
olvidados,
y veo en su desnudez el reflejo patente
de nuestra angustia egocéntrica,
que poco a poco nos engulle.
No nos agitan las miradas del mundo,
¿Qué nos pasa?, me pregunto a mí mismo.
Nada nos mueve, nada nos conmueve,
en nuestro ensimismamiento,
perdemos la compasión y la esencia misma
de llamarnos Ser.
La humanidad se diluye en la vastedad
cíclica de la agónica tragedia humana.