El alma nada desorientada
en el silencio
del llano de la desierta noche,
y un corazón furtivo parpadea,
se consume,
se apaga,
helado y herido,
bajo la brisa de las estrellas.
No hay testigos
llorando sus penas,
y amanece el olvido,
el rocío, araña mi piel,
bajo el ébano del cielo,
y en la tierra,
apago mi sed.