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-El Bóxer



EL BÓXER

Tendría yo entre 12 años cuando a mi padre fue promocionado dentro de la empresa, lo que nos obligó a los tres a mudarnos.
En el coche, camino a nuestro nuevo hogar, mis padres discutían animadamente sobre el nuevo barrio, mis horarios de colegio y los cambios que se avecinaban. Era evidente que ninguno estaba del todo convencido de que esto fuera fácil de asumir.

Mi padre giró el coche y nos adentramos en el
nuevo vecindario. Todas las casas eran iguales, alineadas como cajas
de zapatos, con dos plantas de color crema, un amplio jardín delante
la puerta principal y otro algo más grande en la parte trasera que
algunos vecinos utilizaban a modo huerto, o simplemente para reunirse
con amigos junto a una barbacoa.

Al frenar el coche y detenernos al fin junto a nuestra casa, en el jardín contiguo, el vecino tenía un imponente perro marrón, atado con una cadena; aquel bóxer, que me pareció del tamaño de un caballo, clavó su mirada fijamente en mí y me enseñó sus grandes dientes como advertencia. Estuvo gruñendo desde que llegamos y no me atreví a salir del coche por un buen rato hasta que llegó la hora de bajar el equipaje. Siempre recordaré ese primer día.

Entre el ruido de maletas, cajas descargándose y las protestas del perro, salió de la casa nuestro nuevo vecino, un hombre de la edad de mi padre, alto, de porte grande pero fuerte, barba descuidada y una mirada enrojecida, quizás por el exceso de cerveza. Abroncó y maldijo en alto mandando callar al animal; ambos permanecieron de pie observandonos.
De alguna manera, el perro se soltó de su cadena y se abalanzó directamente hacia mí. Lo que ocurrió a continuación se volvió un borrón en mi memoria. Solo tengo imágenes fragmentadas de sus dientes amenazadores y su espuma blanca saliendo de su boca, mientras saltaba y se abalanzaba sobre mí. Caí al suelo, grité, pero no alcanzó a morderme. Más bien, parecía desafiarme, aplastando mi pecho con sus patas delanteras. Era un intruso en su reino.
Cada noche, al cerrar los ojos en mi cama, los gruñidos del perro y su mandíbula se convertían en pesadillas y apenas podía conciliar sueño.
Mis padres trataron de hablar con el vecino, pero no era muy dado a razonar, su forma de disculparse era pateando al perro y este le miraba desafiante pero se recostaba sobre sus grandes patas. No estaba dispuesto a tenerlo todo el día dentro de su casa.
Madrugaba para ir al colegio y nada más pisar la puerta, el gran bóxer se levantaba y me ladraba con todas sus fuerzas, estaba agitado, violento; estiraba de la cadena con tanta rabia que llegaba a alzarse de las patas delanteras tratando de alcanzarme.
No sé si los animales pueden estar poseídos, pero este, desde luego, tenía endemoniado su temperamento.
Mi miedo creció a tal punto que, al cabo de solo dos días, dejé de pasar por delante de su fachada, cruzaba y tomaba la acera de enfrente, pero el perro ahí seguía, mirándome, con ojos y mandíbula amenazantes.
El pánico se apoderó de mí cada vez más. Opté por salir de casa dando un rodeo en dirección contraria al perro para evitar su feroces ladridos cuando abría y cerraba la puerta. Pero el bóxer seguía obsesionándome en mi cabeza.
Al cabo de par de meses viviendo en el nuevo barrio, al regresar del colegio, vi nuestra calle llena de ambulancias y coches de policías, con las luces y sirenas encendidas. Un gran cordón policial impedía que me acercara a nuestra casa, y entre la multitud, mi madre me vio salió corriendo hacia mí y me abrazó. Estaba mudo, sorprendido, sin entender nada y con el corazón cada vez más y más acelerado.
No había mucha gente en el vecindario pero todos estaban en la calle, frente a nuestra casa; creo que ninguno de nosotros jamás olvidaría eses día, cuando la policía sacó esposado a nuestro nuevo vecino y lo introdujo en un coche patrulla. Mi mente sólo tenía una cosa en la cabeza pero no había rastro del bóxer por ningún lado.
Pasaron horas y la policía permitió que volviéramos a nuestras casas; pregunté a mis padres por lo sucedido y por qué había policías en el jardín trasero excavando.
Nunca me dijeron nada ese día, solo sé que me abrazaban; entre el miedo y el ruido de la policía en la casa de nuestro vecino, mi padre nos llevó a un hotel y pasar allí un par de días alejados del caos del barrio.
Días después, mis padres decidieron contarme la verdad; nos sentamos los tres en el salón y relataron lo que se sabía de lo sucedido:
Hacía tiempo que policía estaba investigando la desaparición y secuestro de una serie de niños en circunstancias misteriosas, y el vecino coincidía con la descripción proporcionada por un testigo. Durante el interrogatorio en su casa, los detectives no encontraron ninguna evidencia incriminatoria. El vecino había llevado una vida aparentemente normal en el vecindario durante años y nadie sospechaba lo que estaba ocurriendo detrás de esas puertas. Sin embargo, cuando se marchaban, el perro, que parecía más inquieto de lo normal, comenzó a ladrar y a arañar frenéticamente el suelo de madera de la cocina, percibía que era hora de vengarse por años de maltratos y patadas; el dueño enfurecido y nervioso, intentó acallar al perro, pero había puesto sobre alerta a la policía. Dueño y perro se enzarzaron en una pelea de gruñidos, mordiscos y puñetazos, eran dos béstias desesperadas luchando por la supervivencia. La policía intuía que algo no iba bien en esa casa y permaneció de pie, atónita y dudando si usar las pistolas; durante ese momento de indecisión, el vecino con una mano ensangrentada y el boxer a dos centímetros de su cara, alcanzó coger con la otra un cuchillo de la mesa y lo clavó en el pecho del animal, cayendo ambos al suelo, e inmediatamente fue esposado. El bóxer, tumbado  e inmóvil en el piso, dejó de respirar. 
Durante días, policía y forenses envueltos en trajes y guantes blancos, excavaron en el jardín del vecino y levantaron parte de la cocina, encontrando un sótano insonorizado, con paredes cubiertas de marcas y arañazos, una cama y cadenas de acero. En la casa se halló un ordenador lleno vídeos detallando cómo la mente perturbada del vecino había cometido los asesinatos. Los cadáveres hallados se introducían en bolsas negras, restos de  huesos y ropa que se iban encontrando en cada metro cuadrado. El silencio en el interior de la casa contrastaba con los gritos de dolor de los vecinos que se amontonaban afuera cuando introducían el contenido de las bolsas en una ambulancia y se marchaba hacia el depósito. Entre el sonido de las sirenas y el llanto de la gente, llegaba otro coche más para continuar exhumando cuerpos. 
Algunos oficiales, exhaustos y abrumados por lo que habían descubierto, salían ocasionalmente al aire libre para vomitar y liberarse de la náusea que se apoderaba de ellos.
La comunidad quedó marcada por lo que había vivido en su propio vecindario. El horror que había estado ocurriendo a sus espaldas, durante tanto tiempo, finalmente había salido a la luz, aunque, la policía tardó años en esclarecer las identidades de las víctimas y cómo nuestro vecino, llevando una doble vida, pudo aproximarse y secuestrar a más de una veintena de niños que habían desaparecido en los últimos diez años sin haber levantado ninguna sospecha y sin que la policía tuviera apenas un par de pistas de lo que estaba sucediendo.
Nunca sabré con certeza lo que intentó el animal, pero sé, que de alguna manera, mantuvo a mis padres siempre alerta y me infundió miedo para mantenerme alejado de su casa y, quizás, no correr la misma suerte que los otros niños y, a su manera, salvaría mi vida.

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4 comentarios en “-El Bóxer”

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