En la cuna celeste
un pecho desnudo se alza
bordado en su piel.
Velo níveo del cielo,
mis ojos navegan perdidos en tus contornos,
lactando mi soledad con tu gélida quietud,
y, aún así, como un amante exhausto,
sigo bebiendo el veneno tu hechizo.
Me aferro a tus pliegues,
pero tu luz ya no es ternura,
sino pálida mirada distante,
que no cura la herida,
que es infinita y mía,
y no sabe qué preguntar.
Luna,
pecho de nadie,
sé mi cómplice,
mi eclipse,
mi verdugo,
mi sed devora estrellas,
pero tú, no me abandones esta noche.