Recuerdo aquel día,
en una tarde soleada como ésta,
saboreando un café
entre de política, mujeres y la fe.
Mi compañero de sobremesa
trazó novedosa materia:
-¿sabías sabio amigo, que dos más dos
ya no solo suman cuatro,
sino que cuáticamente pueden sumar cinco?
Y mientras me explicaba,
qué sublime Teoría alimentaba tal milagro,
hice un viaje a mis adentros,
y empecé a recordar lo mal
que de pequeño se me
dieron las matemáticas.
¿tendré que repasar de nuevo la tabla de multiplicar?
El mundo nuevo vuela deprisa bajo mis pies,
y no lo alcanzo.
Viaja con alas y yo sigo con zapatos.
Ya no me adapto a los nuevos cambios
y eso que no soy viejo.
Lo más sensato que pensé:
¿Debo aprender matemáticas
o mejor cambio de amigo de café?