Fuimos amantes,
insolentes,
amándonos clandestinamente,
usurpando la noche,
robando horas al insomnio,
apostando el alma,
hasta dejarla exánime.
Mi boca pedía tregua
tus besos,
la insurgencia.
Sé que no hay absolución,
el alba irrumpirá
con sus espadas afiladas
para cortarnos en dos mitades.
Seré condenado
por tu risa desnuda,
por cada caricia,
fui cómplice de tus manos.
El silencio fingirá decir
que fue inevitable.
Quedé encerrado
entre sombras y carne,
y no quedó rastro de quién fui,
un latido, eterno,
errante,
libre.
No hubo amanecer sin ti.