Hay tres cosas que deberías saber de mí,
pero no sé contar.
La… segunda, tal vez,
es que nunca fui bueno con las palabras:
<como las que jamás>
es mi único invento
pero que nunca supe cómo traducir.
La sexta es que a veces pienso en tí,
aunque haga frío, o calor,
o las dos,
y sin pedir permiso,
y no sé cómo acallarme
o pedirte perdón.
La tercera…
aprendí a cumplir promesas
y los nombres de calles,
pero ahora mismo no las encuentro;
bueno, quizás ya no exista esta esquina.
No sé a dónde voy,
ni sé si llego tarde,
pero eso nunca fue lo importante.
Así que, si juntas todo esto,
tal vez deduzcas
que no siempre soy de fiar
cuando se trata de contar,
pero lo único que sé
es que cuando estás y me miras,
me gusta restar la distancia que nos separa.