Madrugar no despierta mi encanto,
el sol se cuela por la ventana,
no hay magia, es el de siempre
y yo sigo en mi cueva
fusionado con la almohada.
Un bostezo tras otro emerge,
detener el reloj al alba,
es comenzar la condena,
el resto del día
me trata como un hereje.
Mis ojos se quejan,
un café, dos cafés,
bramidos, gruñidos refunfuñado,
es mi Yo solemne despertando.
Revivo para recordar que estoy vivo,
mi alma no vale nada sin cuatro cafés,
me pregunto
si el día que la muerte me despierte
tendrá la amabilidad
de dejarme dormir un poco más,
solo cinco minutos más.
.