Me llamas ciego,
porque pretendo en ojos ajenos,
lo que en los míos no encuentro,
el alivio de un dolor,
que yo solo sostengo,
pero nadie más ve.
Ciego,
porque cada día regreso,
al mismo trasnochado café,
de perfumes febríles
y aires cargados,
para inhalar las historias
que otros han desdeñado.
Una silla de palabras vacías
yergue a mi lado,
cierro los ojos,
su sombra apagada adquiere forma,
finjo que conversamos,
pero nadie más nos ve.
Ciego,
porque bebo sin dueño,
sobre estas pesadas
hojas de papel,
en la solitaria compañía,
y no hallo el rastro extraviado,
que se refleja en mis callos,
de un amor que se despidió,
y con ojos bien abiertos,
no lo quise ver.
Hay que ver lo que da de sí el desamor, me ha gustado.