Mi manta no es solo una manta,
es mi leal compañera
en las noches solitarias,
no pregunta,
no exige ni juzga,
un refugio que simplemente está…
donde la dejé la última vez.
Pero me ilusiona pensar
que aguarda impaciente mi regreso.
No importa si la noche es larga o espesa,
cuando llega el frío,
ella es quien me reclama
para que tabique puertas y ventanas.
Le cuento todos mis secretos,
mis sueños y miedos,
por mis suspiros,
sabe cuando me he quedado dormido,
y me habla bajito,
me consuela contando cuentos
de los otros inviernos que hemos vivido.
A veces, cierro los ojos
y la imagino tienda de campaña
o el techo de un castillo.
Cuando la tormenta ruge,
me abraza todo entero
y me siento como perro hecho un ovillo.
Tiene aroma a las tardes con mi abuela,
de sofá y a novelas,
jirones con historia
y en las arrugas esconde migas de pan.
Sé que me quiere,
porque con ella me siento como un niño.
Cuando llueve,
a veces también llora conmigo.
Con la nieve, gruñimos los dos.
Y al llegar el verano,
la doblo con cuidado,
y aun sabiendo que mi corazón
se queda desnudo,
la despide agradecido.
Nos prometemos para otra ocasión
y la dejo soñar en el armario,
hasta que llegue el día
que el invierno deje de necesitarnos.