Te miro con lenta devoción,
mientras tus pequeños ojos,
se rinden al peso de un largo día.
Miro cómo se humedece
el brillo de tus labios
y se descuelga por tu hombro
un negro mechón.
Yo, espero aquí, atrapado
en ingenua juventud,
embelesado en un soñar,
donde vadeo el tiempo y la mar.
¡Oh, perversa distancia!
¡Maldigo este mar,
inmenso y cruel que nos separa!
Clamo al cielo,
le pido al viento,
le ruego al viento,
que robe uno de tus besos,
hechos de seda y azahar.