Era un niño cautivado,
de una estatua de bronce se enamoró,
soñó que el metal cobraba aliento,
y el calor de su mirada en deseo se tornó.
Imaginaba que el corazón helado,
le susurraba en la noche,
imaginó ternuras que ardían,
en un pecho que nunca latió.
Inmóvil ilusión,
de mañanas frías,
en cada rincón de su mente,
y bajo sábanas,
poco a poco, deshizo su amor,
pero nunca fue consciente,
que de la estatua lágrimas caían,
en la oscuridad de su habitación.