No le reproches al viejo reloj
que calla en la pared,
ni vomites tus penas sobre sus manecillas,
bastante tienen con sostener el peso del tiempo
entre dos alfileres.
Ciegas mecánicas obedientes,
autómatas inconscientes,
pestañean midiendo lo efímero,
caminando en círculos repetitivos
que no llevan a ningún lado,
dejando tras sus espaldas un vacío
lleno de recuerdos; lo eterno,
ignorando el significado de un instante.
No necesitan el lastre de la tristeza,
cada duda es como un carterista sigiloso
que se lleva sin titubeos tu presente.
Nada regresa,
ni siquiera para contemplar la
soledad que se desliza detrás de cada vuelta
siguiendo su curso con frialdad.
No hay tiempo para detenerse,
nuestro destino es girar y girar
masticando la espera.
No conocen las promesas,
con la misma indiferencia
de un dios distante que nos contempla y solo bosteza.
Avanzan ajenas al clamor de los que aún sueñan
que la vida nos conceda una tregua,
a corazones como el tuyo y el mío,
que laten con la vana esperanza
de que el tiempo detenga su marcha,
y nos regale un segundo de respiro.