Solo sé que no soy nada,
y tal vez esta ausencia resignada
es el todo que nunca tuve,
él único caprichoso sueño que no anhelaba.
Vítrea y vasta,
como un vacío que lleno
de todo lo que necesito,
melancolía y el consuelo,
o como aquella sed
que mana de las entrañas.
Soy huésped en mi propia morada,
silenciosa y desgranada,
sin puertas ni ventanas,
pero si erras la salida,
un laberinto de sombras alargadas te aguarda.
Aquí tampoco hay promesas ni despedidas,
ni se escuchan las campanas,
es lo que queda en la madrugada,
cuando todo lo demás se marcha.
Solo sé que no soy nada,
y sé que mi nada es pesada,
porque mi alma se arrastra quebrada,
y el sabor a cenizas,
es la única huella borrosa que queda,
cuando se desploma mi esperanza.