No sé cómo llegaste a ser tanto,
ni cuándo empecé a necesitarte,
como si fueras fuego en mis costillas,
el negro veneno de mis mañanas,
o esas palabras que pongo en mis trazos
y nunca digo en voz alta.
La verdad,
te quiero sin remedio,
la verdad,
miento si digo que es poco,
aunque nunca estés lo suficientemente cerca
para decirlo,
sin sentir que me ahogo.
Me haces falta
en todos los detalles,
no en ninguno concreto,
sino en casi todos lo más tontos.
Tu risa se quedó en esa silla,
que ahora parece un poco más distante.
Te he esperado en todos los bares,
donde siempre te imagino,
y no me alcanzó para lamentarme.
Pero estás ahí, intacta,
y yo no sé si soy tan fuerte como para calmarme;
pero siempre te escapas a esa pregunta
que siempre me ronda cuando te marchas:
¿Qué seríamos si hubiéramos sido?
Sin embargo,
aquí estoy,
dejándolo todo a medias,
esperando que algún día tenga el valor de ser,
o que el cielo se detenga un segundo,
y tú, sin saber cómo ni cuando,
te acerques por fin a mi destino,
y finjamos cómo sería el mundo
si nos hubiéramos elegido.