Te miro desde esta fría ventana,
esta mi frontera que guarda secretos
tras cada grieta de cristal.
Te deslizas por delante de mi mundo
rodeada de una sombra que el sol acaricia,
como si nadie más se diera cuenta,
y a cada paso que das,
te sigo y devoro hasta la eternidad.
Hay algo en tu forma de andar
que rompe de inmediato el equilibrio de mi instante.
Cruzas la calle como suspendida en el aire,
y el mundo a tu paso se abre,
como si estuvieran aguardándote,
para poder darle sentido a la flor,
al paisaje, a la ciudad entera.
Tu andar se parece al viento
que se distrae con las hojas en otoño,
me llevas,
me dejas,
te alejas,
pero nunca giras la cabeza,
como si yo supiera de este juego.
Te observo sin decir nada,
sin interrumpir tu camino,
me mantengo aquí, embobado, en silencio,
en este instante inalcanzable
pausado tras las cortinas.
Temo hablar y que mis palabras me traicionen
y confiesen todo lo que retengo,
que rompan el frágil encanto de una tarde en calma.
Me mantengo aquí, con ese sabor a melancolía,
fantaseando con el día que el cristal se haga nada,
soñando cada vez que te pierdes tras la esquina.