Tu voz se abría paso
sobre la geografía incierta de mi piel,
obstinada voz,
suave, ligera,
y de pronto todos mis miedos,
desde el más simple,
al que intento resistir,
el que duerme bajo el polvo,
el que grita cuando cae la noche,
el que sisea que algo falta,
o el que aparece sin permiso,
hasta de ese que apenas recuerdo
y al que siempre añoro,
al que no sé que tengo,
uno a uno,
todos ellos,
como si entendieran,
callaron conmigo.
Y entonces, en esa tregua,
descubrí que en la renuncia de mis palabras,
ya te lo había entregado todo.