En una noche herida
la luna, lloraba,
sola en el cielo.
Una estrella, inquieta,
se acercó a su oído con cuidado,
-¿qué tristeza te anida?
le preguntó con voz de seda.
Pero la luna, muda,
siguió llorando en su pena.
Se acercó el lucero enamorado,
con brillo valiente,
intentó consolarla,
pero todo fue en vano.
Noche tras noche la luna gemía,
y una niña pequeña, que recogía
lágrimas de plata en el suelo,
subió en una gran escalera,
y tocó con sus pequeñas manos el cielo.
-no sigas llorando-,
le dijo cerca de su mejilla fría
-que las montañas y el mar
se han quedado sin noche
y el alba sin tu alegría,
no llores por noches pasadas,
que gracias a ti amanece el día.
La luna, al fin conmovida,
besó a la niña atrevida,
la bajó con cuidado,
y en las noches siguientes,
siguió brillando feliz en lo alto.