Viernes santo, «La Madrugá»,
donde el silencio se alza en lo alto,
ermita de nuestro Padre Jesús.
Los adoquines,
pacientes, aguardan,
el susurro de las pisadas.
Devotas ocultas en secreto,
bajo mantillas negras que velan,
al costado del trono dorado,
descalzas, cumpliendo promesas.
La noche se cierne templada,
aferrando cirios en sus manos.
El Paso avanza sosegadamente,
abriéndose camino, navegando,
entre la noche cerrada,
entre ríos de luces que fluyen.
Una voz rota entona una saeta.
Perfumada noche,
incienso y cera quemada
hasta la madrugada.