Vivo en la distancia, ausente,
y quisiera poder frecuentar,
una y otra vez,
la casa que me vio nacer,
a mi pueblo, a mi gente.
Visito mi vieja casa,
como peregrino en promesa.
Subo las escaleras,
al final del pasillo,
da comienzo el altillo.
Entre chirridos de algún podrido madero,
me sumerjo en el pasado
tras el último escalón.
Guardo una caja polvorienta
rodeada de colores grises del invierno,
llena de recuerdos y cenizas.
Todo sigue igual.
Viejos ensueños, celosamente custodiados,
entre cartón y trapos viejos.
Aquí el pasado parezca esperar.
Apartados en un rincón,
mis veteranos juguetes,
acartonados compañeros de mi infancia.
Siempre me fueron fieles.
Entre sucios trapos,
paso las horas añorando,
en la vetusta alcoba,
con semblante ausente
tan absorto,
que hasta olvido el presente.
Del letargo,
me levanto adormecido,
y retorno el pasado,
a su delicado inerte equilibrio,
Deshago el desorden,
alineo en su sitio el olvido.
Quizás el año que viene
mis pasos no puedan transitar
por los pasillos de mi pasado.