Y aquí empieza mi vida,
un nuevo día
en mi rutina,
que se desliza en silencio,
cuando apenas me mantengo despierto,
y la madrugada ya está en pie.
Hay algo de resignación
desfilando en mi café,
que me mira
y aún no sabe que existo.
Madrugo como quien firma
un pacto funerario en cada sorbo,
y el día, que insiste en avanzar,
en una tregua sin aplausos,
solo con la certeza de que hoy,
como siempre,
la luz del asfalto
me espera sin prometer nada.
Mi vida se derrama por mi garganta
y mis manos se quedaron pausadas,
mudas,
que ya no preguntan por qué me levanto.
Aquí empieza despierta mi vida,
y el café, tibio ya,
aunque sea por un rato,
como una marcha cansada
que se pierde con calma
entre el bostezo de las horas y la almohada.
En esa taza, mal madrugo y respiro,
el café exhala la nostalgia
de los sueños que dejé atrás,
pero hoy no tengo ganas
de hacerle demasiadas preguntas.
Aunque mis ojos no despierten,
todo volverá a comenzar
y yo como siempre, avanzando a ciegas,
como si mi corazón creyera
de que todo esto es un ensayo
para el próximo despertar.